jueves, 2 de septiembre de 2010

Tiempo de marte

Primero quiero dejar clara una cosa: no soy una fanática de Philip K. Dick. Puede resultar un poco sarcástico, pero es más cierto que la ida de olla de Neal en el final de La era del diamante. Segundo: a partir de ahora voy a hacer muchas referencias de forma altamente egoísta, pero parto de la base de que mis visitantes están tan vivos como en Rama. Y tercera (solo porque me siento obligada a cerrar la trilogía): no pienso poner un pie en Marte; no tengo mucho interés en que Arnie Kott me guarde alguna. 

Hablaba de una de las mejores, al menos para mi criterio personal cosecha del 91, novelas de Philip K. Dick (ese nombre que puede que desgaste un poco hasta que crezca un poco más esta mierda de insector). Y ahora viene una pequeña sinopsis que carece de mucho sentido si vuelvo a recordar la parte del asteroide cilíndrico. 

Dick nos habla esta vez de la colonización de Marte. Os aseguro que no os gustaría mucho vivir ahí siendo pobres, queridos visitantes ausentes, ya que el agua escasea un poco. También hay centros para enfermos mentales como Manfred, un niño con autismo que ve la realidad... de una forma muy peculiar. Como Jack Bohlen, puede ver el futuro, y eso a Arnie Kott le interesa demasiado. 

Me gusta que Dick implique su esquizofrenia en sus novelas (aunque sin pasarse, Valis). En Tiempo de Marte consigue esa sensación de pérdida del control de la realidad. ¿Y sabéis qué me encanta? Que siempre acaba llevándonos al mismo lugar. Ese vosotros estáis muertos. La enfermedad es una escalera hacia la verdad. 
¿Justificación de su dolencia? Admito que yo estoy de su parte. 

¡Ah! Y, por supuesto, la recomiendo encarecidamen...te a mis, eh, visitantes ausentes. 


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Lo único que no soporto son las faltas de ortografía, así que puedes poner a parir al mismísimo Asimov mientras lo escribas bien.